En esta ocasión les voy a platicar de una experiencia muy singular que me ha sucedido recientemente, y que no por ser bastante graciosa deja de ser elocuente e ilustrativa para explicar la necesidad de esforzarnos un poco por entender a quienes nos rodean y así estar en posibilidades de comunicarnos mejor.
Una mañana soleada y luminosa, estando en un agradable restauran de playa, aquí en mi hermoso Acapulco, con varias amigas, con quienes me reúno una vez al mes para compartir un café y platicar sobre nuestras vidas, reíamos alegres porque Maricela, una de ellas, nos contaba algunas anécdotas divertidas de su nuevo nieto, esas cosas que nunca dejarán de parecernos graciosas a las abuelas, aunque los papás casi siempre las consideran terribles.
Mientras tanto, en otra mesa, una persona que parecía mirarnos, movía su mano cerca de su oído en forma de círculos, señalando hacia nuestra mesa, al mismo tiempo que decía en voz alta "hey, hey".
Poco a poco fuimos dejando de reír, y compartiendo nuestras miradas supusimos que se trataba de aquel viejo ademán que utilizábamos de niñas en forma burlona para referirnos a alguien que había perdido la cordura.
Por un momento nos quedamos perplejas, como era posible que alguien se estuviera refiriendo a nosotras de esa manera, parecía un insulto, nadie reaccionaba, hasta que mi querida amiga Anita (la más atrevida del grupo), se levantó de su lugar y exclamando en voz alta increpó a nuestra vecina de mesa:
-Perdóneme señorita, ¿A quiénes llama usted locas?
La mujer en cuestión, joven por cierto, se sorprendió mucho; por su reacción intuimos en ese momento que no hablaba muy bien el español, y fue hasta que pasaron algunos segundos que su acompañante comprendió lo que había sucedido e intento explicarnos que su amiga estaba saludando a un conocido que paso del otro lado de nuestra mesa e indicándole que le llamara por teléfono.
El problema parecía agravarse porque ellos no hablaban el español con claridad y nosotras no nos expresábamos en inglés tampoco, y entre dimes y diretes las cosas parecía que empezaban a salirse de control.
Ya era un poco tarde para replegarnos, todos en el lugar se habían percatado que había un problema, y fue hasta que se acercó muy diplomáticamente el Capitán de Meseros, el Sr. José Aurelio Gómez Ramírez, a quien felicito por su habilidad e inteligencia para resolver la situación, que todo se aclaró, y gracias a su gentiliza, después de las disculpas correspondientes, todos volvimos a nuestro lugar y seguimos desayunando alegremente.
Como ven mis queridos amigos, pienso que no está de más dejar una sugerencia: academia ingles bormujos
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